Una reflexión provocadora
A lo mejor acabaremos teniendo que admitir que la rebaja del IVA operada en los ya lejanos inicios del siglo XXI habrá acabado siendo una maldición, una bomba de relojería cuya explosión retardada nos ha sorprendido en el peor momento posible
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OPINIÓN
Antonio Jaumandreu.
Jaumandreu & Asociados.
Al hilo de una noticia publicada en El País, sobre el efecto de la subida del IVA en los servicios de peluquería, y sobre el mantenimiento y hasta crecimiento, por el contrario, del sector de estética, se me ocurren unas reflexiones a las que por otra parte ya llevo un tiempo dando vueltas.
Empecemos por dejar claro que sí, que la subida del IVA en peluquería ha supuesto una auténtica catástrofe para el sector, cuyas verdaderas dimensiones aún están por cuantificar, porque en muchos casos las repercusiones últimas no han sido inmediatas, sino que se verán en un futuro próximo.
Ahora bien, tampoco podemos dejar de recordar unos cuantos hechos igualmente ciertos. Primero, que la rebaja del IVA al sector producida hace diez años tuvo siempre carácter temporal, provisional, aunque la duración de la medida pudiese haber hecho olvidar esa circunstancia. Segundo, que aquello supuso una enorme ventaja competitiva que la inmensa mayoría de los profesionales no repercutió al cliente final, encontrándose por tanto con el obsequio de unos 10 puntos más de margen. Tercero, que otros sectores muy próximos, como el de la estética, no dispusieron de ese privilegio.
¿Cómo se explica que un sector que se ha visto beneficiado por una ventaja competitiva tan importante durante una década se halle, al poco tiempo de perderla, en una situación sustancialmente peor que la de otro sector muy semejante que nunca la tuvo? No solo situación puntual, sino perspectivas de futuro.
Una posible respuesta la tenemos en el hecho de que, tal vez, los peluqueros no se vieron necesitados de innovar, de modernizar, de hacerse competitivos. Y no deja de ser lógico, o al menos muy humano: si un profesional venía desempeñándose en los buenos tiempos, cuando el dinero fluía, con unos márgenes de un 25 o 30% y de repente viene la Agencia Tributaria y le obsequia de la noche a la mañana con diez puntos más de margen, desaparece el mayor y más eficaz estímulo del empresario, que es la necesidad. Hay dinero en las calles, la clientela acude con frecuencia y sin reparar en gastos, y los márgenes pasan a ser cercanos al 40%. ¿Para qué plantearse la necesidad de invertir y modernizar, si parece vivirse en el mejor de los mundos posibles?
Enfrente, un sector con grandes similitudes en cuanto a que utiliza intensivamente mano de obra se sigue rigiendo por las mismas normas sagradas que gobiernan cualquier empresa: competir, innovar, mejorar.
De pronto, cuando nadie lo esperaba (aunque era una posibilidad que podía concretarse cada año, pese a que nadie quería verlo así), y coincidiendo además con el momento en que la alegría del consumidor ha sufrido un serio varapalo, aparece nuevamente Hacienda, pero esta vez con malas noticias: no solo anula el privilegio del IVA reducido para el sector (y para otros), sino que además, como eleva el tipo general, acaba imponiendo a los peluqueros trece puntos de aumento, o lo que es lo mismo, un 162% de aumento en el IVA.
La consecuencia es que, salvo honrosas excepciones, todo un sector que lo había fiado todo a la obtención fácil de unos márgenes muy amplios se ve entre la espada de un aumento de tributación brutal, y la pared de un retraimiento del consumo no menos grave. La tormenta perfecta, en suma, con el añadido de que la mayoría de los barcos no estaba preparada para navegar con fuerte oleaje.
La estética, en cambio, solo se ha enfrentado a una de esas fuerzas, que es por otra parte la misma que afecta a la totalidad de la economía: el retraimiento del consumo. Y ha llegado a él con sus empresas en mejores condiciones de competitividad.
De modo que, y ahí viene la provocación para los profesionales de la peluquería que desde hace casi 25 años me distinguen con su confianza, a lo mejor acabaremos teniendo que admitir que la rebaja del IVA operada en los ya lejanos inicios del siglo XXI habrá acabado siendo una maldición, una bomba de relojería cuya explosión retardada nos ha sorprendido en el peor momento posible, un espejismo que les impidió durante años adoptar las medidas necesarias para mantener sus empresas en situación de competir y crecer.
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