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Porque para triunfar también hay que saber ser feliz
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¿Cómo es posible que haya personas que vean el vaso medio vacío y personas que todavía lo ven medio lleno?
Si retrocedemos un poco para contemplar el cuadro con mayor perspectiva, podemos llegar a averiguar por qué un mismo vaso se puede percibir de dos maneras -no sólo distintas, sino opuestas-. La vida consiste en respuestas y actitudes. El ser humano actúa como consecuencia de impulsos y motivaciones potentes (como el dinero, el sexo, las apariencias o el miedo...).
Estas motivaciones son como una corriente de fondo que arrastra el velero, modifica su rumbo o, al contrario, lo impulsa a mayor velocidad. Algunos son capaces de lanzarse al vacío sólo para desafiar la fuerza de la gravedad; otros viven únicamente para ahorrar suficiente dinero y poder pagar el televisor de plasma, un deportivo o una intervención de cirugía estética.
Existe un centro de control -una CPU, si utilizamos el símil informático-. El cerebro percibe el mundo exterior e interior mediante los órganos de los sentidos, interpreta la información según las experiencias previas y los recuerdos, y organiza una respuesta que está matizada por el peso relativo de esas motivaciones y la personalidad de cada uno.
En todo este proceso se entrecruzan oleadas de hormonas, neurotransmisores y otras sustancias dopantes que elabora nuestro laboratorio interior (como corticoides, morfina o moléculas parecidas al cannabis). Son la base para que sintamos bienestar, angustia, enamoramiento, miedo, placer, dolor o felicidad. Y para que veamos la vida de una manera muy positiva o no tanto.
Empecemos a dar tiempo al tiempo -el extraordinario presente de poder vivir el tiempo presente-. Amar, comer chocolate, escuchar música o dejar de espiar por la ventana qué está haciendo el vecino. Y, por encima de todo, saber que la felicidad NO es ningún destino al que se llega viajando. La felicidad es sólo un adjetivo.
Algunas ideas
No todos los motivos tienen el mismo origen ni la misma fuerza para iniciar conductas, y difieren en cómo se originan: los impulsos y los incentivos.
Los investigadores del campo de la economía social están llegando a la conclusión de que el nivel de felicidad es inversamente proporcional a los ingresos de los vecinos. La libertad de las personas es inversamente proporcional a sus adicciones, materiales o cerebrales.
En la vida hay que tratar de buscar el efecto de la levadura: conseguir vivir con profundidad e intensidad cada momento, con el punto justo de desapego y a la velocidad adecuada.
LECTURAS RECOMENDADAS
Optimizar la vida. Claves para reconocer la felicidad
Autor: Albert Figueras.
Publicación: 2006-10-15
Editorial: Alianza Editorial. Colección Optimiza
El autor, Albert Figueras, es doctor en Medicina y especialista en Farmacología Clínica. Profesor asociado de Farmacología y Terapéutica en la Universidad Autónoma de Barcelona y Coordinador del Área de Cooperación Internacional de la Fundació Institut Català de Farmacología, y se declara "optimista por vocación". Este libro es un viaje con varias estaciones. Las dos primeras se detienen en el animal humano como especie que vive en sociedad y trata de comprender qué le motiva, cuáles son los resortes de su conducta y cómo intenta satisfacer sus impulsos y necesidades. La tercera se aproxima a las áreas del cerebro involucradas en la percepción sensorial, las respuestas automáticas y el pensamiento abstracto. Y en la última, el autor reflexiona sobre la felicidad, el bienestar y el optimismo.
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