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Desde la Antigua Grecia [1], el maquillaje para el rostro —particularmente la base— ha sido reinventado una y otra vez para satisfacer las demandas del consumidor. Existen bases “clásicas”: en formato líquido o en crema, cushion o en stick, por ejemplo. Pero más allá del perfume que se percibe al abrir el frasco o del efecto de larga duración, también importa cómo se siente sobre la piel y qué tan sensorial resulta su aplicación. A eso lo llamamos diseño de texturas.
Este término, utilizado por B. Sudati [2], hace referencia a la importancia de estimular los cinco sentidos del usuario al aplicar un producto cosmético.

Texturas que despiertan los sentidos
La espuma, por ejemplo, nos remite a los baños infantiles o a las pompas de jabón con las que jugábamos de pequeños. Es una forma galénica ya conocida en el cuidado facial, especialmente en productos de limpieza. Su textura ligera como una nube es suave y adecuada para pieles sensibles que rechazan el efecto de “máscara” o “yeso” de ciertas bases. Además, incluso estimula el sentido del oído con el leve estallido de las burbujas. Un ejemplo icónico es la Dream Matte Mousse de Maybelline, que destaca por su ligereza, cobertura modulable y acabado mate. Pero esta textura también podría aplicarse en otros productos de maquillaje, como coloretes o bronceadores.
Por su parte, las bases en stick suelen seguir siendo formulaciones anhidras. Se caracterizan por deslizarse fácilmente sobre el rostro, nutrir y proteger la piel, y ofrecer una cobertura adaptable. Recientemente, han aparecido sticks para el cuidado facial con efecto refrescante —como los de la marca Milk—. Y siguiendo la línea de las nuevas emulsiones sólidas descritas en artículos anteriores, se prevé que lleguen al mercado sticks con bases en emulsión. Esta innovación textural permitiría ofrecer todos los beneficios de una base líquida tradicional, pero en formato sólido: hidratación inmediata y prolongada, complementada con el efecto nutritivo de los aceites.

Otro formato poco convencional es el espray o mist, que además de práctico, recuerda a la laca utilizada en las pasarelas. Su aplicación “libre como un pájaro” y su capacidad de estimular el oído lo convierten, al igual que la mousse, en un producto con lo que se conoce como playtime. El consumidor “juega” con el producto mientras lo aplica, favoreciendo su penetración y aumentando su eficacia. Más que un ritual, la belleza se convierte también en una experiencia lúdica.
Las texturas gelatinosas o tipo sorbete, muy populares en el cuidado facial coreano (K-beauty), estimulan esta vez la vista con su aspecto atractivo. Recuerdan a alimentos, como los helados de la infancia, como si la piel fuera a “alimentarse” del producto. En primavera y verano, aportan una sensación de frescura y vitalidad. Sus promesas habituales incluyen hidratación prolongada, minimización de poros y efecto alisador. Algunas marcas japonesas, como Covermark, ya han lanzado bases en formato gelatina. Pero este terreno sensorial sigue teniendo mucho por explorar, con fuertes influencias del sector alimentario.

Una experiencia multisensorial que fideliza
Como hemos visto, el diseño de texturas en productos para el rostro no solo es clave en la innovación sensorial durante la aplicación, sino también en el rendimiento del producto. Estimular los cinco sentidos fideliza al consumidor y transforma la aplicación del producto en un ritual, e incluso en un juego. Tanto el mundo del cuidado personal como el de la alimentación siguen siendo fuentes inagotables de inspiración, pero la industria del packaging también tendrá un papel clave para adaptar estos productos de forma cada vez más creativa.
[1] Deckner G., From the Bottom up: Contemporary Foundation Formulations, Ultrus, noviembre de 2017.
[2] Sudati B., Texture design, non conta solo il tatto, Cosmopolo, febrero de 2022.

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