La verdad se robustece con la investigación y la dilación;
la falsedad, con el apresuramiento y la incertidumbre.
Tácito, historiador romano. (55-115).

Una de las noticias más sorprendentes de la última semana ha sido la acusación por parte de la Comisión Federal de Comercio de Estados Unidos de publicidad engañosa hacia L’Oréal, razón por la cual la firma se verá obligada a retirar toda mención a una acción sobre los genes en la promoción de sus cosméticos.

Se trata de un golpe muy importante al negocio y la imagen de la marca francesa, pero también abre una brecha peligrosa en la confianza de los consumidores. Ya pudimos ver hace unas semanas como esta confianza peligraba por culpa de un informe de la OCU que ponía en duda la efectividad de las cremas antiarrugas, y aunque pronto se demostró la falta de rigurosidad en su estudio, resulta muy difícil recuperar la confianza perdida.

La publicidad es sin duda un arma de doble filo. Evidentemente es esencial representar los productos de la manera más positiva posible para que resulten atractivos, pero si lo que se vende no se ajusta a la realidad, el rebote negativo se ve multiplicado y los perjuicios aumentan de forma exponencial no tan sólo para la marca apuntada sino para el mismo sector.

En cosmética, sobre todo, es importante evitar vender productos milagros que puedan decepcionar al cliente. En su lugar, deben destinarse esfuerzos a producir estudios y pruebas científicas que respalden al producto, demostrando así transparencia y honestidad. Una labor más costosa pero que a largo plazo ganamos todos.

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