Todo comenzó con una invitación al primer Congreso Árabe de Cirugía Plástica, que tuvo lugar en Trípoli, en el año 1994. Para el doctor Liacyr Ribeiro se trataba de una ponencia más sobre intervenciones en mamas. No sería así. El segundo día del congreso, Ribeiro, acompañado por el entonces ministro de Salud libio, Mohamed Zaid, también cirujano plástico, conocería en persona al líder libio. Gadafi tenía prisa por operarse. De haber podido, lo habría hecho en aquel momento. Ribeiro insistió en que debía hacer análisis, exámenes, traer material quirúrgico de Brasil y contactar con su equipo profesional. Finalmente el libio desistió, tras los razonamientos del cirujano.

Gadafi, gran conocedor de la cirugía estética

El desaparecido dictador se mostraba muy angustiado. Como líder del país, no quería que los jóvenes libios se dieran cuenta de su envejecimiento progresivo. Tras examinarlo, el cirujano brasileño le sugirió una cirugía en el rostro. Pero Gadafi rechazó una cirugía radical, porque no quería marcas en la cara. En lugar de eso, el libio exigió una intervención no perceptible para sus conciudadanos. Tenía marcas visibles en la cara debido al exceso de sol, así como los párpados muy caídos. También presentaba una calvicie incipiente. El cirujano brasileño se quedó impresionado: el libio parecía un experto en operaciones de cirugía estética.

Un año después, Ribeiro regresó junto al doctor Fabio Naccache, especializado en implantes capilares. La intervención se realizó de madrugada y duró cuatro horas en un búnker subterraneo. El lugar simulaba un hospital bien equipado, con material alemán y provisto de quirófano. Contaba con dos salas de cirugía con recuperación y hasta un gimnasio con una piscina olímpica dentro del búnker.

Desconfianza en la sala de operaciones

El dictador libio tenía miedo a quedarse dormido y que le desconectaran. También le preocupaba quedar a merced de algún traidor en la mesa de operaciones. Por eso pidió anestesia local y que el equipo que le asistiera fuera extranjero. Y así se hizo: anestesistas, auxiliares, enfermeras... todos/as provenían de distintos puntos del Globo.

El dictador libio tenía miedo a quedarse dormido y que le desconectaran. También le preocupaba quedar a merced de algún traidor en la mesa de operaciones. Por eso pidió anestesia local y que el equipo que le asistiera fuera extranjero.

Ribeiro no ha revelado el tipo de intervención que efectuó aunque sí el propósito: rejuvenecer el rostro de Gadafi. Para ello, se retiró grasa del vientre del paciente para así rellenar y suavizar los surcos profundos de la mejilla. No fue tarea fácil: el libio se ejercitaba en exceso y apenas tenía grasa a extraer. Posteriormente, el médico brasileño coordinó implantes de pelo, durante los que descubrió una herida de arma blanca en la zona derecha de la cabeza de Gadafi. Asimismo, se le hizo una blefaroplastia (cirugía que busca rejuvenecer los párpados mediante la remodelación de los tejidos perioculares). Finalizada la intervención, el cirujano permaneció 10 días más junto al dictador, a fin de supervisar los resultados. Ribeiro, lejos de hacer promesas mágicas, había advertido a Gadafi que los efectos de la operación durarían cinco años. Posteriormente, la piel cedería y reaparecerían las arrugas.

El último dia del posoperatorio, un funcionario le entregó un sobre con francos suizos, con los que se compró un vehículo de lujo. Ahora, 15 años después de los hechos, y fallecido el líder libio, ambos cirujanos han roto su silencio. Y han desvelado aspectos desconocidos y curiosos de aquella intervención. Por ejemplo, que en mitad de la operación, Gadafi pidió una hamburguesa, porque tenía hambre. El equipo se vio obligado a interrumpir la cirugía, lavar todo el equipo quirúrgico y aplicar, de nuevo, anestesia local al paciente. Sin duda, una intervención de lo más curiosa.

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