"Algunas cosas del pasado desaparecieron
pero otras abren una brecha al futuro y son las
que quiero rescatar".
Immanuel Kant, filósofo prusiano (1724-1804).

Los peluqueros franceses están en pie de guerra desde el pasado 9 de diciembre. Fue entonces cuando se presentó el proyecto de ley Macron, de manos del ministro de Economía francés, Emmanuel Macron. Un proyecto que recibió el visto bueno del gobierno galo. Con la nueva ley, el país vecino pone en marcha la principal reforma que liberalice su economía. Entre otras cosas, la ley Macron generaría nuevos puestos de trabajo y facilitaría el acceso de mujeres y jóvenes a profesiones reguladas. Eso sí, a costa de rebajar el nivel profesional requerido hasta la fecha.

En un principio, se suponía que la ley agilizaría la situación de emprendedores y creadores. No obstante, los peluqueros se han empezado a movilizar en contra de la nueva ley. Parece que con su aprobación ya no sería necesaria la obtención obligatoria del BEP (Brevet d'études professionnelles) para abrir un salón. El BEP equivaldría en nuestro país a la Formación Profesional de Primer Grado (FP1). Hasta la fecha, el BEP era un requisito obligatorio para iniciarse en la profesión.

En consecuencia, y sin la formación necesaria, la ley daría pie a la apertura de nuevos salones a manos de personal poco formado en el oficio. Sin el BEP serían incapaces, por ejemplo, de hacer peinados afro. Ello podría perjudicar, en términos económicos, a los peluqueros que sí disponen de los conocimientos necesarios para ofrecer un buen servicio de peluquería. La pregunta flota en el aire: ¿Cómo es posible que los gobiernos faciliten oportunidades a base de comprometer el ejercicio de la profesión? ¿Dónde queda la calidad, la inquietud por saber más y la excelencia en el oficio?

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