"La primera riqueza es la salud".
Ralph W. Emerson, escritor, filósofo
y poeta estadounidense.
En la peluquería moderna, la creatividad y la técnica van de la mano con la ciencia. Cada coloración, alisado o tratamiento capilar implica una serie de reacciones químicas que transforman el cabello y realzan la belleza. Pero detrás de cada mezcla, cada vaporización y cada contacto con la piel, se encuentra una responsabilidad ineludible: la seguridad química.
A pesar de los avances del sector, aún persiste una brecha preocupante entre la práctica cotidiana y las normas de seguridad recomendadas. En muchos salones, los protocolos de protección personal se cumplen a medias o se ignoran por completo. El uso prolongado de productos con formaldehído, amoníaco o peróxidos, sin ventilación adecuada ni guantes apropiados, puede generar efectos acumulativos en la salud: desde irritaciones respiratorias y dérmicas hasta problemas más serios en el largo plazo.
Un verdadero profesional no solo busca resultados estéticos impecables, sino que también protege su bienestar y el de sus clientes. La seguridad química no es un obstáculo para la creatividad; es una aliada del trabajo responsable y sostenible. Incorporar buenas prácticas, como la lectura atenta de etiquetas, la elección de productos certificados, la correcta ventilación del área de trabajo y la capacitación continua, eleva el nivel del oficio y dignifica la profesión.
El futuro de la peluquería pasa por la profesionalización integral, y eso incluye una cultura de prevención y cuidado. Las academias, distribuidores y marcas tienen también un papel clave: formar, informar y garantizar productos seguros y transparentes.
Porque la belleza que perdura no es solo la que se ve en el espejo, sino la que se construye con conocimiento, conciencia y respeto por la salud.
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