Cuentan las crónicas que este oficio, que lo es, el de peluquero o peluquera, era sólo ejercido por y para la nobleza, mira tú por donde, en el siglo XIII y en la Francia más imperial y cortesana, en la que reinaba la dinastía de los Luises, para más señas y en concreto, el coronado y pontificado Luis IX (consúltese la Wikipedia para más datos acerca de tan emérita testa). Rezan los viejos escritos que los peluqueros eran sólo hombres (aunque estamos seguros que alguna mujer también hubiera ya fuera más o menos pertrechada, disfrazada o parapetada tras ropajes masculinos) y que se dedicaban sólo y también a peinar las pelucas, que no el cabello real, el que crece o no, o que también se cae, directamente en y de la cabeza. Y dejó la tinta de las plumas impreso en papeles de carta cerradas a fuego y sello a base de vela y cera que uno de los 'nobles' lacayos, esclavos a tal fin que ejercían de peinadores y conservadores de las largas y enrejadas pelucas de Versalles, hizo tan bien su trabajo, que la Corte, ataviada como tal, decidió, fíjese usted, festejar el hecho. Tal aprecio tenían a sus polveras y rizadas cabelleras los miembros de las dinastías y sus cohortes, que reunidos y extasiados ante tan excelsa labor y lacayo, decidieron nombrar al noble artesano del peinado, nada más y nada menos que hombre libre y caballero, un día 25 de agosto. ¡Bendito plebeyo!

Es aquí y hoy, ahora, el momento de revisar la historia, de manera somera, para no cansaros. Porque si de verdad hay alguien que pudiera contárosla precisa y certera, tengo en la menta a Pagés y su Museo y su sabia ciencia que no se refiere sólo a las tijeras, sino al recuento inédito de los objetos que narran las idas y venidas de la peluquería y que él, inefable Raffel Pagés, ha reunido y reúne y de los que dispone y expone con una pasión sui géneris y bendita, que bendice a su vez el 'cortesano' oficio de peinador, primero de pelucas, después ya, de cabellos y señoras, siempre a corriente de las modas. Raffel, vaya también nuestro brindis por ti, queremos hacerlo, porque quizá no lo hemos hecho tantas veces como hubiésemos debido ni de la forma que vuecencia merece.

Láminas y documentos, reflejan cómo en el siglo XVII los peluqueros peinaban y repeinaban y afeitaban y teñían el cabello y trabajaban con cuidado las uñas en sus establecimientos o en los hogares que visitaban. Ocurría esto en la vieja Europa, Francia a la cabeza (siempre en o con la cabeza, hasta en el célebre caso de María Antonieta, a la cual se la cortaron de un tajo) y todo a comienzos del reinado de Luis XIV, cuando los cortesanos se ocupaban de sus señores y quienes peinaban realmente abren los primeros 'salones' de peluquería, donde peinar también a las señoras.
Por supuesto, antes estuvieron los romanos, los griegos, la Edad Media, y culturas y tribus de todo el planeta, quienes de una forma u otra convertían a la cabeza en cima coronada -otras también decapitada, que no fueron los franceses los primeros-, a través de colores, cortes, adornos o rapados. Porque el pelo siempre ha sido pelo, materia en y sobre la que trabajar, dúctil, modelable y con la que embellecer, diferenciar, transformar o incluso jerarquizar, con peinados para unos, los siervos y para otros, reyes, brujos o lacayos.

Valgan dos apuntes más, curiosos. Uno en lo que a la mujer se refiere, dama proscrita por parte de patriarcas, patriarcados y religiones. En 1605, el Concilio de la iglesia católica prohibía a los hombres arreglar el cabello a las mujeres, condenando, no sabemos por qué a las que contravinieran tal norma y no al hombre que la trasgrediera. No obstante, antes del reinado de Luis XIV, ya había peluqueros geniales, como los de ahora y otras décadas de la Edad Moderna y Contemporánea y con fama de artistas a los que acudían prestas las damas pizpiretas entre crujir de enaguas y escasas de suspiros por obra de corsés y meriñaques de peso, para peinarse por tan geniales manos y tenacillas y planchas humeantes.

En cuanto a los que hoy denominamos barberos, los siglos contienen jugosos y curiosos paisajes. Si de arreglar al hombre se trataba, entre quienes se dedicaron a este 'noble' oficio que convirtió a un cortesano en hombre libre, según lo que hicieran y donde trabajaran, a unos se les consideraba únicamente peinadores y a otros se les tenía calificados de barberos cirujanos, ejerciendo estos últimos a la par de su oficio la 'medicina', ya fuere aplicando sanguijuelas o extrayendo muelas.

Han transcurrido los tiempos desde donde empezamos, el siglo XIII, algo oscuros, hasta que hemos llegado al XVII. Centuria culmen del noble oficio, a la postre cirugía, en caso de barberos sacamuelas, de los peinadores. Francia vuelve a ser cuna, donde nace el primer gremio peluquero y normas que regulaban razones y sinrazones de higiene y estéticas de la que ya podemos denominar peluquería con todas sus letras. Y es que en el XVII proliferan las peluquerías, como los bares en España. Y Francia, más inclinada desde siempre a eso de las artes, emite un edicto de 1649 por el que establece una corporación de barberos, bañistas y peluqueros de París distinta al gremio de barberos cirujanos.

La Historia comienza...









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